que nace en el corazón;
luz que brota en los ojos
del niño que fuimos;
caricia conocida en las manos
de quienes amamos.
Es, la vida, camino
de encuentros y de despedidas,
y de añoranzas que tiñen
de sepia los rostros
que, en sueños, anhelamos
volver a besar ─rostros que un día
nos vieron crecer y reír
y llorar─. Es, la vida, retorno
a etéreos paisajes de acuarela y tiza;
de nubes blancas, leves, mecidas
por brisas que regalan aromas
de lavanda, romero y azahar.
Aire con sabor a leña, a anís
y canela, a azúcar y a harina,
a aceite de oliva...; aires
que alejan tristezas y suavizan
todas nuestras heridas.
Debemos estar preparados
para dejar ir
mientras nos movemos sin prisa.
Y si las lágrimas, alguna vez,
caen sobre nuestro cielo,
seamos capaces de evocar
el lago del que partieron
y al que han de regresar
para reflejar, de nuevo, la imagen
- 20 mar 2019
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