cuando nuestras manos, absortas, se implican
en las tareas para las que nacieron.
O cuando nuestros ojos se sumergen
en la profundidad de aquello que contemplan
y retornan al mundo renovados.
O cuando acopiamos valor suficiente
para dejar que el espíritu sople en nosotros
y nos haga sonar con nuestra propia voz.
Y cuando nuestros pies descubren
hacia dónde anhelan dirigirse
y junto a quién quieren caminar.
Nos fundimos con la felicidad
cuando osamos soltar lo que no somos
y encarnamos nuestra verdad.
- 30 ago 2018
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