Hay días...

Hay días
en los que despertamos
con el corazón cubierto de gris...,
y nos impacientamos.
La felicidad se convierte en trampa
cuando nos imponemos el deber
de ser, en todo momento, cielos despejados,
en lugar de aceptar que nuestras nubes
nos ayudan a apreciar con plenitud
el valor de otros instantes más claros.

Hay días
que amanecen desteñidos...,
encapotados; en los que es necesario
fortalecer nuestra confianza
hasta poder contemplar, entre lo opaco,
el resplandor de incontables hilos dorados
agrietar nuestras melancolías
y abrirse camino hasta la verdad
que, en nuestro corazón, aguarda
el regreso de nuestros pasos.

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