Entre el cielo y la tierra
el alma, a ciegas, se adentra
en la rueda de la existencia
y, entre brillos y tinieblas,
reflejos de la conciencia,
busca destapar las huellas
que la entregaron, un día,
a esta cárcel de quimeras.
En el distante horizonte,
vibra un eco de Presencia.
Tras melodías de olvido,
una canción que no cesa
crece en mitad del silencio
que invade al alma que reza:
vibra un eco de Presencia.
Tras melodías de olvido,
una canción que no cesa
crece en mitad del silencio
que invade al alma que reza:
el OM, hollando un sendero,
entre cantos de sirena.
Mecida por estos versos,
que arrebatan y embelesan,
el alma estira sus brazos
y, alegre, se despereza;
y abriendo, por fin, los ojos
a la realidad interna,
las dualidades se funden
en una inextinguible hoguera.
El alma, entonces, comprende
que por más bellas que ostentan
las palabras que, en el humo
de nuestras plegarias, se elevan,
el cuenco que es nuestra vida
sólo contendrá la esencia
que del corazón se derrama
dentro de la matriz eterna.
De esta forma viaja el alma,
de retorno hasta su origen,
de retorno hasta su origen,
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