Lo que acontece
en vez de absorbernos en lo que acontece
(como las flores florecen
sin pensar en que se han de marchitar).
Atrapados en la pseudo-realidad
de una mente en la que fenece
cualquier instante presente,
vivimos fuera ─y lejos─ de nuestro hogar.
Quizá solo debiéramos dejarnos vagar
maravillados en lo real e inminente
mientras ignoramos promesas o ayeres
con los que manosear la verdad.
Quizá solo debiéramos ocuparnos de reparar
nuestro vínculo durmiente
con la vida que, leal y certera, se mece
en nuestros pulmones aguardando a despertar.
O vivir en nuestras manos, al tocar
los lugares en los que la dicha las estremece;
o en nuestros pies, conscientes
de la grava o la hierba que, como vienen, se van.
Tan afanados en desvelar adónde llegar,
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