Lo no expresado
se mueve dentro de nosotros
en busca
de recodos en los que remansarse
o de desembocaduras
hacia piélagos más amplios,
esperando
transformarse en olas que aplaquen
la sed del corazón silenciado.
Mientras tanto,
como puertos que anhelan
el regreso de barcos
o como orillas ávidas
de espuma entre sus guijarros,
viven en nosotros los instantes
en los que decidimos acallar
aquel beso ─o ese abrazo─
que jamás se tornó recuerdo
porque nunca alcanzó a ser dado,
y el dolor
cuyo grito quedó preso
tras el temor que traiciona
la verdad de nuestros labios.
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