Otra primavera
sin darnos cuenta, congelamos
la corriente de oxígeno
que alimenta al corazón.
No tenemos elección;
no es posible abrir la puerta
y dejar que entren
solo algunos sentimientos
─y otros, no─;
como no escoge la tierra
qué simiente
ha de encontrarse, algún día,
con los rayos del sol,
ni si el agua que la aviva
proviene de afluentes
o de las lágrimas
que el cielo vierte
para anunciar el paso
a una nueva estación.
Mirar sobre nuestros hombros
en busca de las hojas verdes
no es solución,
sino caminar
sobre el manto crujiente
que, nuestros pies, humedece
con nacientes promesas
que duermen entre la escarcha
aguardando el creciente ardor azul
de otra primavera.
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